miércoles, julio 19, 2006

Veinte Años Son Nada

Hace ya veinte años que Jorge Luis Borges decidió (pues la muerte es decididamente un camino) no permanecer en las tinieblas azules de su ceguera y se retiro a los confines de la razón, dejando un legado literario invaluable, poemas, cuentos, critica literaria, milongas, ensayos y un interminable etcétera.

Es, pienso, uno de los más importantes escritores de la literatura universal, superando cualquier tinte político que deseen atribuirle; aun a pesar de las diversas críticas que recibió y recibe aun, por un supuesto guiño político con la terrible dictadura argentina, firmó una carta en pro de los desaparecidos.

Dicen que Borges se convirtió, como Cortazar, en un cliché, que todos dicen haberlo leído y casi nadie lo ha hecho, o aun peor, no lo han entendido. Digo, en principio, que este no es un autor de entender nada más, es mucho más complejo, es eso claro, pero también es de un desbordado sentir, dejar rodar por el cuerpo las letras que el ha derramado sobre el papel. 1964, El amenazado, Las causas y otros son poemas de una ternura inconmensurable, pero El ajedrez, El otro tigre y otros tantos son casi cerebrales, muestra de una universalidad y preocupación por los problemas filosóficos del hombre que dan la muestra de la talla de un escritor como este, un ciego que avizoraba en la tiniebla los versos perfectos, como Milton, como Homero.

Ajedrez


I

En su grave rincón, los jugadores
rigen las lentas piezas. El tablero
los demora hasta el alba en su severo
ámbito en que se odian dos colores.

Adentro irradian mágicos rigores
las formas: torre homérica, ligero
caballo, armada reina, rey postrero,
oblicuo alfil y peones agresores.

Cuando los jugadores se hayan ido,
cuando el tiempo los haya consumido,
ciertamente no habrá cesado el rito.

En el Oriente se encendió esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.
Como el otro, este juego es infinito.

II

Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.

No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.

También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y blancos días.

Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?


Por José Luis Palacios

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